La pieza despliega horizontes fluidos construidos a partir de veladuras azules. El campo cromático remite al mar y al cielo, pero evita toda literalidad. La franja luminosa central se convierte en un eje de equilibrio y contemplación, en metáfora de calma y meditación.

La repetición de pigmentos crea un movimiento detenido, como un reflejo acuático. Se trata de un paisaje interior, abierto a la contemplación espiritual.

Gabriela Aguirre (Ciudad de México, segunda mitad del siglo XX) es pintora autodidacta cuyo trabajo se inscribe en la abstracción lírica. Tras vivir en París y Nueva York, consolidó una voz plástica marcada por la exploración de la luz y el color como territorios espirituales y emocionales. Su obra transita entre la intuición y la reflexión, creando superficies en las que la pincelada, la huella y la transparencia construyen paisajes interiores de fuerte carga simbólica. Ha expuesto en México, Estados Unidos y Europa, y su producción abarca pintura, dibujo y grabado, siempre en diálogo con el expresionismo abstracto y la tradición paisajística contemporánea.